Título: El salario del miedo (Le salaire de la peur)
País y año: Francia, Italia, 1953
Dirección: Henri-Georges Clouzot
Intérpretes: Yves Montand, Charles Vanel , Peter van Eyck
Guión: Henri-Georges Clouzot
Para un amante del mal llamado cine de acción, descubrir que hace casi 60 años se hacían mejores películas de éste género es toda una bendición. Y es que uno está ya aburrido de ver las mismas historias, contadas para espectadores con la mentalidad de un niño de 5 años, cargadas de efectos especiales vacíos y sin sentido y con interpretaciones que hasta un chimpancé podría mejorar. Y puedo asegurar que no suelo ser demasiado exigente cuando tengo delante uno de estos productos, pero lo que está pasando últimamente no tiene nombre. Y si lo tiene no seré yo el que aquí lo escriba. Por esta razón y para todos los que añoramos permanecer atados a la silla delante de una buena historia, simple pero efectiva, con momentos de clímax que te hacen sudar la gota gorda, están películas como El salario del miedo (Le salaire de la peur,1953)
Henry Georges Clouzot, encargado de la dirección, es para mi gusto uno de los directores clásicos más interesantes y menos conocidos para el gran público. El cuervo (Le corveau, 1943) o su memorable adaptación de Las diabólicas (Les diaboliques, 1955) son tan sólo dos muestras del saber hacer del llamado «Hitchcock francés», capaz de plasmar de manera magistral el suspense y la tensión sin descuidar en ningún momento el tempo narrativo.
En El salario del miedo, Clouzot nos cuenta la historia de un grupo de perdedores varados en algún lugar de Sudamérica perdido de la mano de Dios. Incapaces de escapar de la situación en la que se encuentran, aceptarán la única oportunidad que se les presente para salir de allí y cambiar su situación, aunque ello les pueda costar la vida.
En la presentación de los personajes que allí habitan nos encontramos con un grupo heterogéneo plagado de delincuentes, prófugos y perdedores, encabezado por Mario (Yves Montand), un buscavidas que se gana la vida como transportista, y su amigo Luigi (Folco Lulli). Su relación va más allá de lo que podríamos entender como una amistad entre iguales, puesto que Luigi idolatra el carácter individual y orgulloso de Mario, que a su vez mantiene una relación sentimental con Linda (Verá Clouzot). Se crea así una extraña relación entre los tres en la que Mario es el vértice principal, preocupado únicamente por sí mismo, que toma todo de los demás sin dar nada a cambio. En el mismo lugar también sobrevive Bimba (Peter van Eyck), un holandés duro y arrogante que pretende dar un aspecto de completa autosuficiencia. Todo cambia cuando al mísero pueblo llega Jo, (Charles Vanel) un tipo vanidoso y altanero que marca su territorio nada más llegar. A partir de ese momento un rasgo totalmente nuevo aflora en la personalidad de Mario. Pasa de ser el objeto deseado de otros para convertirse en un ser que anhela el respeto y la admiración de Jo.
Cerca del pueblo hay una explotación petrolífera norteamericana. Se ha iniciado un incendio y, para sofocarlo, se necesita que cuatro conductores conduzcan hasta allí dos camiones repletos de nitroglicerina a cambio de una buena cantidad de dinero. El viaje ha de hacerse a toda prisa, viajando por la ruta más rápida, pero también la más peligrosa. Cuando se presenta la oportunidad de poder salir de aquel agujero, Mario no duda un instante en unirse a Jo. Por su parte, Luigi, despechado al sentirse rechazado por Mario, se asocia con Bimba para llevar el otro camión, a la vez que se crea un reto entre las dos parejas por llegar primero. El viaje, como es de esperar, está cargado de momentos de peligro extremo. Gracias a esta situación de tensión y de peligro constante saldrán a flote las auténticas personalidades de los protagonistas. La autosuficiencia y la arrogancia de la que hacían gala se irá diluyendo entre las gotas de sudor que les provocará el pánico y el terror.
Con esta premisa tan atractiva comienza una película cargada de clímax, fruto del oficio y la destreza de Clouzot para dominar el ritmo narrativo. El comienzo, tildado por algunos de demasiado extenso, no es más que la manera de trasladar al espectador la situación que viven los personajes. Para ellos el tiempo no pasa, y si lo hace es con tal lentitud que la sola existencia en aquel lugar árido y caluroso es como estar en el purgatorio. Pero tras esa parte densa y lenta de digerir comienza un tour de force tanto para los personajes como para el espectador. Para ello Clouzot, gracias a la expresiva fotografía de Armand Thirard, filmacon un realismo duro y descarnado, carente de cualquier apoyo efectista. No hay música que ensalce los momentos de mayor tensión. Simplemente el ruido del motor, el montaje frenético y los primeros planos de los rostros de los protagonistas son suficientes para transferir la angustia y la presión al otro lado de la pantalla. Pero según se va endureciendo el viaje, el ritmo vuelve a ralentizarse, hasta que llega a ser exasperante y culmina en una parte final de una potencia visual inaudita. A esto hay que unirle la interpretación soberbia de los personajes centrales, sobre todo la de Yves Montand y la de Charles Vanel, además de la sinceridad con la que están retratados.
La película tampoco está carente de cierta crítica al capitalismo exacerbado, responsable de las miserias y desventuras de los protagonistas y a la vez su única vía de escape, que les llevará a la nada más absoluta.
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