Como si fuera una extraña jugada del destino, el director italiano Gillo Pontecorvo ha fallecido pocas horas antes de que dé comienzo la que promete ser la gran fiesta cinematográfica italiana del año, la inauguración del primer Festival de Cine de Roma. La familia informó anoche de su muerte, que le ha alcanzado un mes antes de cumplir los 88 años en el Policlínico Agostino Gemelli de la capital italiana.
Considerado uno de los grandes maestros de la cinematografía italiana, su filmografía como director y como guionista, y alguna que otra participación como actor, no es especialmente prolífica, si bien algunas de sus películas, especialmente La batalla de Argel (1966), representan un hito en la historia del cine europeo.
Nacido en Pisa el 19 de noviembre de 1919, Pontecorvo pertenece a la generación de oro de los cineastas italianos, aquellos que comenzaron a hacer cine bajo el influjo de la II Guerra Mundial y sus consecuencias. De hecho, la película fundacional del neorrealismo, Paisà, de Roberto Rossellini, fue la que le impulsó a abandonar el mundo del periodismo (al que se dedicó tras licenciarse en química) para entregarse de lleno al cine, su gran pasión secreta.
Desde su corresponsalía en París, donde ayudó a los cineastas Yves Allegret y Joris Yvens, regresó a Italia para trabajar bajo las órdenes de su mentor y maestro, Mario Monicelli. A principios de la década de los cincuenta, Pontecorvo dirige diversos cortometrajes documentales, y su puesta de largo se produce en 1957 con el film La gran calle azul (La grande strada azzurra), un filme claramente reminiscente de La terra trama (1948, L. Visconti), que progatonizaron Yves Montand, Simone Signoret y Francisco Rabal. Tres años después dirige la extraordinaria Kapo, la historia del intento de fuga de un campo de concentración nazi liderado por una joven judía, en la que intervienen Susan Strasberg, Emmanuelle Riva y Laurent Twezrieff.
Su gran momento, sin embargo, llega con La batalla de Argel, que cosecha el León de Oro en el Festival de Venecia. Con un estilo de urgencia documental, rodando en los mismos escenarios de los hechos y a los mismos personajes protagonistas de la lucha de la liberación argelina, el director italiano reconstruyó con apabullante verismo los enfrentamientos entre los soldados del coronel francés Mathiey y los combatientes del Frente de Liberación Nacional argelino en 1957, sin duda una de las revoluciones más sangrientas de la historia moderna. Prohibida en Francia durante un tiempo, fue candidata a dos Oscar de Hollywood.
Su éxito internacional llama la atención de Marlon Brando, que protagoniza su siguiente película, Queimada (1969), donde interpreta a un mercenario que instiga a los esclavos de la isla caribeña de Queimada a levantarse contra sus amos. Tras diez años de silencio, volvería a la dirección cinematográfica con la película hispano-italiana Operación ogro (1980), en la que reconstruye el atentado de ETA que acabó con la vida de almirante Luis Carrero Blanco. Con música de Ennio Morricone, participaron en esta película Féodor Atkine, Gian Maria Volonté, Fernando Chinarro, Angela Molina, Eusebio Poncela, José Sacristán y Ana Torrent, entre otros. A partir de entonces, y hasta el año 2003, sólo dirigiría algunos cortometrajes de carácter documental, entre los que destacan L'Addio a Enrico Berlinguer (1984).
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